La psicología bíblica y religiosa de Bavinck

Dualidad de sustancias irreductibles

En cierto sentido, la Escritura es, sin duda, dualista, es decir, en el sentido de que el hombre no está formado por una sola sustancia, sino por dos sustancias distintas. Así, la Escritura se opone abiertamente al materialismo, por un lado, y al espiritualismo, por otro. La Escritura está en contra del materialismo, porque, aunque el hombre proviene de la tierra según su cuerpo, el polvo no se ha convertido gradualmente en un cuerpo por vía evolutiva, y mucho menos ha producido la vida del alma mediante un metabolismo prolongado y refinado. El alma no es una secreción del cerebro, como la bilis lo es del hígado y la orina de los riñones. De hecho, ¿quién cree todavía en eso hoy en día? Hace unos diez años, esta enseñanza estaba de moda, pero ahora ha perdido por completo su autoridad en los círculos científicos. Los intentos que se han hecho para explicar la vida del alma mecánica y químicamente a partir de la conexión y división de los átomos son considerados hoy por casi todos los expertos como infructuosos. El hombre ha llegado a reconocer que la vida psíquica tiene un carácter original e independiente del cuerpo.

Dualidad de sustancias no es idealismo

Por otra parte, la Sagrada Escritura se opone con igual firmeza al espiritualismo, o más bien a lo que hoy se denomina comúnmente idealismo. Este idealismo ya tenía sus detractores en la filosofía griega, pero sólo llegó a tener una influencia más amplia en la filosofía más reciente. Cuando los hombres comenzaron a imaginar la naturaleza y el funcionamiento del conocimiento humano, tuvieron que abandonar la creencia ingenua de que el mundo fuera de la percepción humana [kenvermogen] era exactamente el mismo que el percibido. El realismo, que consideraba que el mundo era completamente idéntico en ambos casos, dio paso poco a poco al idealismo, que primero abandonó la existencia objetiva sólo de las llamadas propiedades secundarias de las cosas (luz, color, sonido, sabor, etc.), luego también de las propiedades primarias (existencia en el espacio y el tiempo), luego de todo el mundo material y, finalmente, incluso de todo lo que no es yo [niet-ik]. Aquí nos ocupamos únicamente del idealismo (monismo psíquico) que considera el cuerpo y, además, todo el mundo sensible [zinnelijke wereld] como nada más que una suma de sensaciones [gewaarwordingen] relacionadas y ordenadas de una manera determinada. Desde este punto de vista, es evidente que no hay lugar para una dualidad de sustancia.

Todas esas llamadas cosas, todos los fenómenos, al final son siempre sensaciones [gewaarwordingen] o representaciones [voorstellingen], y, por lo tanto, siempre de una y la misma clase. Esas cosas o fenómenos pueden, en efecto, existir en sentido objetivo -el idealismo de ningún modo llega hasta el punto de reducir el mundo entero a una representación [vorstelling] del sujeto y, por lo tanto, disolverlo en un delirio o un sueño-, pero en su existencia objetiva no son, sin embargo, nada más que lo que son subjetivamente en nuestra conciencia [bewustzijn]. Es decir, aunque en un momento dado no se encuentren en una relación conmigo que me permita verlos, oírlos, saborearlos, etc., sí se encuentran en relación con otros seres [ikken] o incluso con una conciencia divina [goddelijk bewustzijn]. En otras palabras, ser es siempre lo mismo que “existir-en-relación”.  Algo que no tiene relación y está totalmente separado de todo tampoco existe ni puede existir; de hecho es un concepto inconcebible.

Holismo dualista

No es éste el lugar para dar una descripción y refutación completa del idealismo, que hoy desempeña un papel importante y cuya influencia se siente hoy en la pedagogía. Es nuestro propósito ahora sólo señalar que la Escritura adopta un punto de vista completamente diferente y asigna una existencia objetiva al mundo sensible [zinnelijke wereld] en general y al cuerpo humano en particular. Según la Escritura, no sólo hay espíritu, alma, sensación, representación, sino también materia, carne, cuerpo, que es oscuro y sin luz en sí mismo. Y, por tanto, no sólo hay un Dios, que es espíritu, y no sólo ángeles, que son espíritus, sino que también hay un mundo visible, perceptible, tangible, y en ese mundo hay muchas criaturas que tienen una existencia corporal. De modo que, a su vez, en la unidad hay también distinción e incluso diversidad de sustancia. Pero en otro sentido, la Escritura no es en modo alguno dualista. No lo es en el sentido en que lo fueron Platón y Descartes y en el que lo son hoy los defensores del paralelismo psicológico. Pues el alma no fue creada un tiempo más o menos anterior al cuerpo y no fue, como castigo por una caída en el tiempo de su preexistencia, encerrada en el cuerpo como en una prisión. Tampoco existe el alma como una mera potencia pensante que gobierna el organismo humano en algún lugar, desde un punto fijo en el cerebro, como un príncipe gobierna a su pueblo desde la distancia.

Los fenómenos psíquicos y físicos no se mueven en paralelo, sin que jamás se afecten ni se influyan mutuamente, como dos relojes que marcan exactamente la misma hora, pero que no tienen nada que ver entre sí. En efecto, aunque espíritu y materia, alma y cuerpo, son en realidad distintas en la Sagrada Escritura, nunca se yuxtaponen ni se oponen dualísticamente, sino que siempre están íntimamente relacionados, se influyen mutuamente y actúan juntos. Otra cuestión es si podemos entender esto. Pero que ésta sea la presentación de la Escritura y, al mismo tiempo, de toda la experiencia humana común, es indudable. Además, que la posibilidad y la realidad de esta cooperación se pueden suponer radica en la confesión de teísmo, de la que dan testimonio la Escritura y la conciencia [geweten] en cada hombre.

Después de todo, es inherente al teísmo que Dios sea espíritu, y sin embargo haya dado existencia a un mundo visible y tangible. La diversidad y la unidad de las criaturas tienen su raíz en el verdadero poder creador del Dios personal, tanto en su pensar como en su querer. Si abandonamos esta confesión del teísmo, la unidad y la multiplicidad del mundo se convierten en un enigma insoluble. El panteísmo pierde la diversidad y entreteje todo —Dios y el mundo, alma y cuerpo, espíritu y materia— en una mezcla impensable. Y el deísmo pierde la unidad, desgarra todo —Dios y el mundo, alma y cuerpo— y, por tanto, no puede reconocer ni que el espíritu pueda influir en la materia ni que la materia pueda influir en lo espiritual.

Resumen

Por tanto, sin la idea fundamental y omnipotente de la creación por un Dios personal, llegamos a un callejón sin salida. Pero con ella, podemos creer que el mundo que vemos no ha sido creado a partir de las cosas [materiales] que aparecen ante nuestros ojos. Esto se debe a que creemos en un Dios que puede pensar y querer creativamente, que desde las infinitas profundidades de su conciencia puede generar una infinita multiplicidad de pensamientos, que, aunque diversos entre sí, son sin embargo uno en su conciencia; En un Dios que tiene también el poder de dar a este sistema de pensamientos una existencia no independiente de su ser, pero sí distinta de él, cada uno diferente y, sin embargo, uno en su conciencia. La idea de la creación mantiene así la unidad y la diversidad de Dios y el mundo, de los ángeles y la humanidad y los animales, del espíritu y la materia, del alma y el cuerpo.

Biblical and Religious Psychology de Herman Bavinck.

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