Por Rev. Marinus Schipper [1]
Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. (Hechos 2:39).
¡Verdad re confortable!
Así, destinado por el Espíritu Santo para ser dirigido a aquellos que bajo el impulso poderoso del Evangelio se compungieron en sus corazones y por el cual se vieron obligados a gritar: “Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Verso 37) Y a quienes el apóstol Pedro debe decirles: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo.” (Verso 38) es a quienes se les dice esta verdad re confortable; “Porque la promesa es para vosotros ….!”
Sin embargo, es una verdad que a lo largo de la historia ha sido echada abajo en la agonía de la controversia eclesiástica, ya sea por el debate sobre la idea del pacto o más particularmente sobre la promesa del Evangelio. Y, por consiguiente, una verdad que cuando no se entiende correctamente, no transmite el consuelo deseado. No, pueda que usted la entienda, pues no hablo como si la Palabra de Dios no fuese efectiva; sin duda el consuelo de esta verdad vendrá a aquellos para quienes está destinada y consolará sus corazones plenamente. Pero cuando esta Palabra de Dios se explica como una promesa para todos los hombres, o que el pacto de Dios tiene por objeto abarcar a todos los hombres, entonces pierde su consuelo deseado. Porque un consuelo que es para todos o una promesa que es hecha para todos al final es una promesa y un consuelo !para ninguno!
¡Lo que tenemos aquí en el texto es una proclamación universal de una promesa particular!, es decir, ¡La promesa!
No siempre la Palabra de Dios habla de la promesa en singular. Una y otra vez leemos también sobre las promesas. Observe los siguientes ejemplos;
- “que son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas;” (Romanos 9:4).
- “Pues os digo, que Cristo Jesús vino a ser siervo de la circuncisión para mostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres,” (Romanos 15:8).
- “¿Luego la ley es contraria a las promesas de Dios? En ninguna manera; porque si la ley dada pudiera vivificar, la justicia fuera verdaderamente por la ley.” (Gálatas 3:21).
- “Pero aquel cuya genealogía no es contada de entre ellos, tomó de Abraham los diezmos, y bendijo al que tenía las promesas.” (Hebreos 7:6).
- “Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra.” (Hebreos 11:13).
Pero también con frecuencia leemos acerca de la promesa en singular como por ejemplo:
- “¿Ha cesado para siempre su misericordia? ¿Se ha acabado perpetuamente su promesa?” (Salmo 77:8).
- “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto.” (Lucas 24:49).
- “Y nosotros también os anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres.” (Hechos 13:32).
- “Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa.” (Gálatas 3:29).
- Así mismo nuestro texto; “Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.” (Hechos 2:39).
Es evidente que el plural hace resaltar la riqueza de las implicaciones de la promesa en singular; mientras que el singular está destinado más particularmente para identificar la promesa y expresar su unidad. Pero al final, siempre se trata de la misma promesa, que es esencialmente una.
En cuanto a su naturaleza, la promesa difiere radicalmente a lo que es una oferta! También, con respecto a esto último la persona que hace una oferta está declarando algo con ello. Está declarando su disposición de hacer algo a favor de alguien o de conceder algo a otro a quien se hace la oferta. Sin embargo, para su realización la oferta está supeditada a la voluntad de la segunda parte, especialmente sobre el consentimiento de tomar la oferta. Y curiosamente una oferta que está sujeta a la aceptación o al consentimiento de la segunda parte debe ser general.
La promesa, por el contrario, es una declaración escrita u oral que une a la persona que hace la promesa a hacer o abstenerse de hacer lo que ha sido prometido. Una promesa implica también la declaración de un determinado bien junto con la seguridad de que este bien será otorgado en nombre de la persona a quien se hace la promesa. Y así, una promesa que liga a la parte prometedora con lo prometido y que es cierta en su realización no es un promesa general, no más requiere una segunda parte definida. Esta distinción de la promesa nosotros la vemos ser verdad especialmente en la Escritura.
[1] Rev. Marinus Schipper, "The Promise To The Called", Cortesía de; The Standard Bearer.