Por Ronald Hanko [1].
¿Qué es el pacto? La Escritura habla de él muy a menudo y por lo tanto es necesario saber lo que la Escritura dice sobre él.
La mayoría de personas definirían un pacto como un contrato o convenio. Ellos dirían que la alianza de Dios con el hombre sería del mismo tipo como un pacto humano, tal como lo hubo entre Isaac y Abimelec con varios deberes, promesas y sanciones (Génesis 21:27-32).
Dicho pacto sería hecho por dos partes o lados, dependería en cierta medida de cada uno de ellos y al final pudiese ser roto por cualquiera de las partes involucradas. Adán, por lo que se dice a menudo, fue la contraparte original del pacto con Dios, sin embargo ahora que Adán ha caído y quebrado el pacto Cristo lo ha reemplazado.
El pacto de Dios con los hombres no es ese tipo de pacto mencionado anteriormente. El hombre nunca puede ser la parte opuesta para hacer un convenio con el Dios vivo. Ya que Dios es Dios y el hombre una criatura y debido a la propia existencia de Dios, no hay deberes que el hombre pueda asumir por medio de un acuerdo especial por encima de los deberes que ya está obligado a realizar por ser simplemente criatura. La criatura no puede hacer un contrato o convenio con su Creador.
Tampoco puede el hombre jamás ser merecedor de nada ante Dios en tal pacto por sus propias obras o por el cumplimiento de ciertas condiciones estipuladas en dicho pacto. Cuando el hombre ha hecho todo lo que se le requiere como criatura que es, él sigue siendo un siervo inútil no merecedor de nada (Lucas 17:10). Ciertamente el hombre no podría merecer la vida eterna en un pacto como tal como algunos si lo enseñan. La vida eterna viene sólo a través de quien es el Señor del cielo, nuestro Señor Jesucristo (1 Corintios 15:47-48).
La Escritura enseña que el pacto no es en sí un acuerdo sino más bien un vínculo —soberanamente establecido— de relación entre Dios y su pueblo en Cristo Jesús. Esto es claro en base a las repetidas y frecuentemente palabras de la Escritura de las cuales Dios revela Su pacto: “Yo seré tu Dios, y vosotros seréis mi pueblo” (Génesis 17:7-8; Éxodo 6:7; 2 Corintios 6:16; Apocalipsis 21:3).
Estas palabras que se encuentran ligeramente en diferentes formas se convierten en una especie de fórmula de pacto en toda la Escritura. Estas palabras nos señalan cuando en cierto pasaje se está hablando del pacto de Dios.
Existen otros pasajes que describen esa relación entre Dios y su pueblo como por ejemplo; Génesis 5:22-24, Génesis 6:9, Génesis 18:17-19, Salmo 25:14, Juan 17:23, Santiago 2:23 y 1 Juan 1:3 y entre otros son algunos de esos pasajes. Todos estos pasajes demuestran que el pacto de Dios hacia los hombres es la bendita relación de compañerismo y amistad que Dios establece con ellos sólo por gracia y por medio de la obra salvadora de Jesucristo.
Esta amistad es soberanamente establecida por Dios, pues Él hace y garantiza dicha amistad. En ningún sentido el pacto depende en el hombre como parte o lado opuesto de éste, sino totalmente de la obra de Dios y de toda Su gracia, es decir, del favor inmerecido de Dios hacia la criatura. El pacto es siempre un pacto de gracia.
[1] Ronald Hanko, "The Nature of the Covenant", Doctrine According to Godliness páginas 167-168.