[1] Por Horacio Bonar (1808-1889)
Obtenemos justicia eterna por medio de creer. Somos “justificados por la fe”, el fruto de la cual es “paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Rom. 5:1).
Es esta “justicia eterna” de la que habla el Apóstol Pedro cuando comienza su segunda epístola diciendo: “Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que habéis alcanzado, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra” (2 Ped. 1:1).
Esta justicia es “contada” o “imputada” a todos los que creen, de modo que son tratados por Dios como si realmente fuera de ellos. Tienen derecho a reclamar todo lo que tal justicia pueda lograr de Dios como el Juez de los reclamos justos. No llega a ser nuestra gradualmente o en fragmentos o por gotas, sino que nos es transferida toda de inmediato. No es que nos sea contada en proporción a la fuerza de nuestra fe, o el calor de nuestro amor o el fervor de nuestras oraciones; sino que nos es dada por imputación. Somos “aceptos en el amado” (Ef. 1:6). Somos “completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad” (Col. 2:10). La totalidad de su calidad y cantidad nos es transferida. Su perfección nos representa ante Dios; por lo tanto, su valor inapreciable, con todo lo que ese valor puede comprar para nosotros, nos pertenece (1 Ped. 1:7).
La Roca, la principal Piedra de Ángulo, escogida y preciosa (1 Ped. 2:6), nos pertenece en toda su belleza, no sólo para descansar sobre ella, no sólo para aceptarla, sino para todo lo que su valor divino puede comprar para nosotros. Poseyendo esta preciosidad (imputada, pero aún nuestra), vamos al mercado celestial y compramos lo que necesitamos sin limitaciones ni fin. Adquirimos todo por el crédito de su nombre porque no sólo nuestra falta de mérito ha dejado de ser reconocida por Dios en sus tratos con nosotros, sino que nuestro demérito ha sido suplantado por el mérito de Aquel que es absoluta y divinamente perfecto. En su nombre llevamos a cabo todas nuestras transacciones con Dios y obtenemos todo lo que necesitamos por medio de simplemente usarla como nuestro ruego. Las cosas que él no hizo fueron puestas a su cargo, y él fue tratado como si las hubiera cometido todas. Las cosas que sí hizo son puestas a nuestra cuenta, y somos tratados por Dios como si las hubiéramos hecho todas nosotros mismos.
Este es el significado bíblico, tanto en el Antiguo Testamento como el Nuevo, de tomar en cuenta, contar o imputar. Veamos algunos de estos pasajes:
- “Y le fue contado por justicia” (Gén. 15:6), o sea que le fue contado a él de tal manera que, en virtud de ello, fue tratado como si era algo que no era.
- “¿No nos tiene ya como por extrañas?” [Lea y Raquel hablando de su padre que ya no las cuenta como sus hijas. Nota del traductor] (Gén. 31:15) . ¿No somos tratados por él como si fuéramos extraños, no hijos?
- “El que lo ofreciere no será acepto, ni le será contado” (Lev. 7:18). La excelencia de la ofrenda de paz no le será contada.
- “Y se os contará vuestra ofrenda como grano de la era, y como producto del lagar” (Núm. 18:27). Será aceptada por Dios como si fuera toda la cosecha, y seremos tratados por él como corresponde.
- “Ruego a mi señor el rey que no tome en cuenta mi delito ni recuerde el mal que hizo este servidor suyo” (2 Sam. 19:19, Nueva Versión Internacional). No trates conmigo según mi iniquidad.
“Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad” (Sal. 32:2). A quien Dios no toma en cuenta sus iniquidades, sino que lo trata como si no lo fueran (ver también Sal. 106:31). - “Le fue contado por justicia” (Rom. 4:3).
- “Su fe les contada por justicia” (Rom. 4:5); es decir, no como la justicia o como el sustituto de la misma, sino como trayéndolo a la justicia.
- “A quien Dios atribuye justicia sin obras” (Rom. 4:6).
- “Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado” (Rom. 4:8).
- “A fin de que también a ellos la fe les sea contada por justicia” (Rom. 4:11).
- “A quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro” (Rom. 4:24).
- “No tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados” (2 Cor. 5:19).
- “Le fue contado por justicia” (Gál. 3:6).
Por estos versículos, vemos claramente la idea de cargar a la cuenta de uno lo que no le pertenece y tratarlo como si realmente poseyera todo lo que se le carga. Este es el modo cómo Dios saca al hombre del foso horrible y del fango, cómo le otorga una posición y un privilegio y una esperanza mucho mayor que lo que da el mero perdón y mucho mayor que lo que Adán perdió en el principio. Ser justo según la justicia del primer Adán hubiera sido mucho, pero ser justo según la justicia del último Adán, el Señor del Cielo, es indescriptible e inconmensurablemente más.
“Dios es el que justifica” (Rom. 8:33), y lo hace por medio de imputarnos la justicia que le da derecho como Juez a justificar libremente al injusto.
No es sencillamente por esta justicia que Jehová justifica, sino que nos la transfiere legalmente para que podamos usarla, recurrir a ella y aparecer ante Dios en ella, como si fuera totalmente nuestra. Los romanistas y socinianos [2] se han opuesto fuertemente a la doctrina de una “justicia imputada”. No obstante, allí está, escrita clara y legiblemente en la Palabra divina. Allí está, como una parte esencial de la gran verdad bíblica concerniente al sacrificio y la sustitución y garantía. Está escrita profundamente en el Libro de Levíticos al igual que en la Epístola a los Romanos. Se extiende por todas las Escrituras y se levanta gloriosa a la vista en la cruz de nuestro Señor Jesucristo donde su obediencia hasta la muerte se completó esta justicia. Allí él, que es nuestro Sustituto, se hizo carne y nació en Belén, que, como nuestro Sustituto, pasó por la tierra como hombre de dolores y experimentado en quebrantos, consumó su sustitución y nos trajo la “justicia imperecedera”.
Esta es la justicia de la cual habló el Apóstol cuando razonó que “porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos” (Rom. 5:19); cuando proclamó su rechazo de cualquier otra justicia: “y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Fil. 3:9). Este es “el don de la justicia”, de la cual dice: “Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia” (Rom. 5:17). Por la ofensa de un hombre “vino la condenación a todos los hombres” (Rom. 5:18); de modo que la justicia de un Hombre, como el contrarresto y la eliminación de esta condenación, está disponible y es eficaz “justificación de vida”. La imputación a nosotros del pecado del primer Adán, y de la justicia del último Adán se colocan lado a lado. La transferencia de nuestra culpa al Sustituto Divino y la transferencia a nosotros de la justicia o perfección van mano a mano.
Esta justicia de Dios no era una justicia común. Era la justicia de Aquel que era Dios al igual que hombre; por lo tanto, no era sólo la justicia de Dios, sino que agregado a esto, era la justicia del hombre. Personificó y exhibió toda perfección no creada y creada. Jamás se había visto u oído de esto ni en el Cielo ni en la Tierra. Era la perfección doble de la Criatura y del Creador en un centro resplandeciente, una Persona gloriosa. La dignidad de esa Persona dio una perfección, una inmensidad, una extensión, una altura y profundidad a esa justicia que nunca había tenido ni nunca tendrá un paralelo. Es la perfección de la perfección, la excelencia de la excelencia, la santidad de la santidad. Es aquello en que Dios se goza por sobre todo. Nunca antes se había guardado y honrado tan bien su Ley, Hijo de Dios e Hijo del hombre en una Persona, él es este personaje doble que cumple la Ley del Padre, y al cumplirla brinda una justicia tan grande y plena que puede ser compartida por otros, transferida a otros, imputada a otros; y sea Dios glorificado (al igual que salvado el pecador) por esta transferencia e imputación. Jamás había sido Dios amado como lo era ahora, con pleno amor divino y pleno amor humano. Jamás había sido Dios servido y obedecido tan bien como lo era ahora por Aquel que “fue manifestado en carne” (1 Tim. 3:16). Jamás había Dios encontrado a alguien quien por amor a la Ley sagrada estuviera dispuesto a convertirse en su víctima a fin de que pudiera ser honrado; quien por amor a Dios no sólo estaba dispuesto a estar bajo la Ley, sino por estar bajo ella, sujetarse a la muerte, aun la muerte de cruz; quien por amor a la criatura caída estaba dispuesto a tomar el lugar del pecador, cargar la carga del pecador, sufrir el castigo del pecado, ser objeto de la maldición del pecador, morir la muerte de ignominia y angustia y descender a las tinieblas de la sepultura del pecador.
[1] De The Everlasting Righteousness (La justicia imperecedera) por Horacio Bonar Reimpreso por Chapel Libary. [2] Socinianos – seguidores de la secta fundada por Fausto Socino, teólogo italiano del siglo XVI quien negaba la deidad de Cristo y negaba que la cruz provea perdón de los pecados.