Ron Hanko [1]
Es de suma importancia cuando se habla del bautismo darse cuenta de que el Nuevo Testamento utiliza la palabra bautismo de dos maneras diferentes. La falta de reconocimiento a esto a menudo conduce a malentendidos y errores.
A veces cuando el Nuevo Testamento usa la palabra bautismo se refiere al sacramento o rito: a lo que podríamos llamar el bautismo en agua o aguas bautismales (Mateo 3:7; Mateo 28:19; Hechos 2:38, 41; 1 Corintios 10:2). El bautismo en agua o aguas bautismales no es realmente el bautismo propiamente hablando, sino la señal del bautismo, un símbolo que señala una realidad espiritual invisible.
A diferencia del símbolo o signo, la realidad del bautismo es el lavamiento de los pecados por la sangre, y por el Espíritu de Cristo. Esa es la realidad de la que el agua del bautismo es solo una imagen o representación. Hablando de bautismo en este sentido espiritual es del todo correcto decir que el bautismo nos salva (1 Pedro 3:21).
Muchos pasajes en el Nuevo Testamento hablan de esta realidad espiritual salvífica y no de la señal del bautismo en agua en sí. Los más notables de ellos son Romanos 6:3-6, 1 Corintios 12:13, Gálatas 3:27, Efesios 4: 5, Colosenses 2:12, y todos aquellos pasajes que hablan del bautismo en o con el Espíritu Santo.
Ninguno de estos pasajes habla del bautismo en agua. A menos que nos demos cuenta de esto podemos caer en todo tipo de errores y llegar a conclusiones muy equivocadas, tales como el asumir que el agua en sí salva (1 Pedro 3:21) o que el agua en sí nos lleva a la comunión y a la relación de amistad con Cristo (1 Corintios 12:13). La diferencia entre el signo y la realidad es evidente en el hecho de que no todos los que son bautizados con agua reciben la realidad del bautismo. Ni tampoco que todos quienes permanecen sin ser bautizados con agua por ende perderá la realidad espiritual del bautismo por el cual somos salvos.
Sin embargo, a pesar de esta distinción los dos están relacionados. El uno es el signo o la imagen del otro, y eso no puede ser olvidado. Una señal de transito que diga “Chicago” pero apunte a Houston sería solamente una señal con el fin de confundir y engañar a los automovilistas. La señal debe siempre apuntar a la realidad si va a ser de ayuda para nosotros. Así, el signo debe coincidir con la realidad y la realidad debe coincidir con el signo.
Por ejemplo, la cuestión del modo de bautismo en agua puede en cierta medida ser contestada examinando el modo de bautismo espiritual. Si nos preguntamos, “¿Cómo somos bautizados por la sangre y el Espíritu de Cristo?” la respuesta de la Escritura es “por el derramamiento o rocío” de la sangre y del Espíritu de Cristo. Sería extraño, por no decir engañoso, si el signo y la realidad no coinciden en ese punto.
Del mismo modo la realidad también debe coincidir con el signo. No haría nada en absoluto en nosotros el comer del pan y beber del vino si esto también no representara la muerte de Cristo como símbolos de la purificación del pecado en el sacrificio de Cristo. El signo debe sugerir la limpieza también.
De hecho, Cristo nos ha dado la señal para ayudarnos a entender y creer la realidad. Tal vez diga, “¿Puede algo realmente lavar mis pecados, es decir, lavarlos por completo? Creo que eso es demasiado para creerlo. Mis pecados son demasiado grandes y demasiados para esa clase de limpieza” Sin embargo así la señal del bautismo nos dice: “Tan cierto como el agua lava la inmundicia del cuerpo de tal forma lo hace la sangre de Cristo verdaderamente al lavar todo el pecado”, y así anima a mi fe en Cristo y en su sacrificio.
[1] Tomado de Doctrine According to Godliness por Ronald Hanko, pp. 257-258. Título en inglés: The Sign and the Reality of Baptism.