El mandamiento de vida

Los mandamientos y la gracia divina

No tenemos ninguna dificultad en decir que los mandamientos de Dios y la gracia divina no están en contra ni en oposición el uno del otro como muchos piensan hoy. Los mandamientos de Dios no son gravosos para el pueblo de Dios (1 Juan 5:3) y para obedecerlos dependemos siempre de la gracia divina (Romanos 1:5). Que Adán haya gozado la bendición de la comunión y del compañerismo de Dios es evidente en los primeros dos capítulos del libro de Génesis como también es evidente que juntamente con esa bendición Adán tenía sus obligaciones y responsabilidades como la criatura que él era ante Dios. Esto es sumamente importante pues nosotros no vemos que Dios haya estipulado ciertas condiciones o requisitos bajo un acuerdo mutuo que el hombre haya aceptado por su parte, con el fin de buscar y alcanzar con base a sus méritos una gloria mayor a la que él ya gozaba por gracia divina en el huerto del Edén.

En nuestra Confesión de fe Belga leemos que;

“…Dios [había] creado al hombre del polvo de la tierra, y lo [había] hecho y formado según Su imagen y semejanza, bueno, justo y santo; pudiendo con su voluntad convenir en todo con la voluntad de Dios.”  

De este modo y según Génesis 2:15-17, Adán no sólo gozaba el poder vivir delante de Dios en el huerto del Edén por la gracia de Dios sino también gozó (por un tiempo) caminar en los mandamientos de Dios.

Por consiguiente vemos que si Dios había dado mandamientos en el paraíso esto no presupone que Dios estaba creado un tipo de contrato o convenio entre Él y el hombre, pues, ¿Cómo puede ser posible que el hombre llegase a ser la contraparte con su Creador en un acuerdo siendo el meramente una criatura, y según el cual, él podía merecer algo más alto de lo que ya gozaba por gracia y sin mérito alguno? ¿Puede Dios deberle algo al hombre y este último exigir meritoriamente su parte a Dios? Obviamente la respuesta a ambas preguntas es negativa. Incluso el Señor enseñó que; “Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado [o mandado], decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos.” (Lucas 17:10).

Adán debía toda obediencia a Su Creador por el simple hecho de ser Su criatura, no era necesario añadir algo más para que ese dicho deber en Adán. Por otra parte y según Génesis 2:15-17, ninguna promesa de vida eterna le fue mencionada a Adán pues sabemos por la misma Escritura que dicha clase de vida es solo obtenida por Cristo quien es el Señor de los cielos (1 Corintios 15:42-58).  

Herman Hoeksema dice al respecto;

“… el hombre es criatura, que debe todo lo que él es tanto cuerpo y alma, como todos sus poderes, posesiones y talentos, como toda su existencia de cada momento a su Señor y Creador. Dios es la fuente, y el hombre es la criatura que bebe de esa Fuente del bien, Dios es el TODO suficiente, el gran YO SOY, el hombre es completamente y constantemente un ser dependiente de Él para toda su vida y existencia. No hay ninguna obligación que el hombre pueda asumir aparte de aquella que le incumbe por ser ya una criatura: amar al Señor su Dios con todo su corazón, con toda su alma, con toda su mente y con todo sus fuerzas cada momento de su existencia ya es su deber por el hecho de ser criatura. El hombre no puede traer nada a Dios quien es el Señor de toda la plata y el oro como del ganado sobre mil colinas. El hombre no puede hacer nada por el Altísimo que sea perfectamente auto-suficiente. Todo lo que el hombre bueno tiene es un don de gracia, de la libre y soberana gracia de su Dios, aunque él pueda amar y servir a su Creador, esto es un don de la bondad divina, por lo cual el hombre le debe gratitud.” [1]

La gracia y la vida eterna

Que Adán haya recibido una gracia inicial cuando fue creado es evidente en la Escritura, sin embargo y a pesar de tan excelente posición en la cual Adán se encontraba, él no recibió, ni le fue prometido, ni mucho menos revelado, la gracia de poder perseverar sin pecar la cual es solo posible en la vida celestial prometida y concedida solo a los que son de Cristo según el pacto de gracia. De este modo vemos que Adán recibió en el paraíso terrenal, la primera revelación de ese pacto de gracia pero no así la revelación plena que es en Jesucristo y que incluye la promesa del don celestial de perseverar sin pecar eternamente, lo que equivale a vida eterna (Colosenses 3:4, 1 Juan 3:2).

Agustín hablando de esto dice:

“¿Qué diremos, pues? ¿Que Adán no tuvo gracia de Dios? Antes bien, la tuvo excelente, pero de diversa índole. El disfrutaba de los bienes recibidos de la bondad del Creador. No los había logrado con sus merecimientos, y en ellos no había mezcla de mal. Sin embargo, los santos, que en el estado de la vida presente reciben la gracia de la liberación, andan entre males, gimiendo al Señor por ellos: ¡Líbranos del mal!” [2]

Por su parte el Reformador Zwinglio dice lo siguiente;

“Aun cuando fuésemos justos, sin imperfección, sirviendo a Dios a todo lo largo de nuestra vida conforme a su voluntad, los días del hombre no serían dignos de la eternidad. Por más que fuéramos buenos servidores, el gozo celestial es tan maravillosamente grande, santo y bello que ninguna vida aquí abajo sabría merecerlo. Cristo lo ha dicho: «Es imposible a los hombres ser salvos» (Mateo 19:26).” [3]

Por lo tanto decimos que en Adán todos pecamos al desobedecer juntos el mandamiento de vida, en cambio en Jesucristo todos conforme al pacto de gracia seremos vivificados para ser manifestados con Él en gloria (1 Corintios 15:22). Pues la paga del pecado es muerte, mas la dádiva (o el regalo) de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro (Romanos 6:23).


[1] Herman Hoeksema, The Idea Of The Covenant, The Standard Bearer, Volumen XXII, August 1, 1946. 
[2] Agustín de Hipona, La corrección y la gracia.
[3] Zwinglio, Breve instrucción Cristiana.