Por Prof. Homer C. Hoeksema
Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. (Génesis 1:26).
Antes de considerar el significado de la imagen de Dios en el hombre, nos detenemos a señalar que la verdad concerniente al ser del hombre hecho a la imagen de Dios no se basa meramente en este único texto de Génesis capítulo uno, sino que es una de esas verdades subyacentes que se presupone en todo lo que la Biblia nos enseña acerca del hombre.
Siempre en las Escrituras el hombre se presenta como una criatura capaz de ser dirigida por Dios, que puede oír y entender la Palabra de Dios, una criatura adaptada para tener comunión con Dios, para vivir en la casa de Dios, para conocer y para hacer la voluntad de Dios siendo un amigo-siervo de Dios, amando al Señor su Dios con todo su corazón, mente, alma y fuerza. Dios trata con el hombre como tal criatura en el paraíso.
Esta estrecha afinidad entre Dios y el hombre presupone la imagen de Dios como base en el hombre para ese vínculo de amistad, ya que la comunión sólo puede existir sobre la base de la semejanza. Incluso en su estado caído en el cual el hombre ya no posee de Dios dichas virtudes, sigue siendo una criatura que en su naturaleza creada por Dios está adaptada para ser portadora de esa imagen. Él revela en sí mismo tales vestigios de la imagen original como claramente un testigo que atestigua que él debe conocer a Dios correctamente, amarlo y servirle con todo su corazón, mente, alma y fuerza.
Además, las Escrituras claramente presentan la redención y salvación del hombre como consistente en la restauración de la imagen de Dios, y no sólo eso, sino también sobre la elevación de esa imagen a su nivel más alto posible. Esta es la implicación de Romanos 8:29; “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.” Las palabras de Efesios 4:24 hablan claramente de esta restauración de la imagen de Dios en los creyentes: “y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.” En Colosenses 3:9-10 la imagen de Dios se menciona literalmente de la siguiente manera: “No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno.” La misma imagen restaurada y glorificada se habla en 1 Juan 3:2: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.” Y en un mismo sentido el apóstol Pedro habla de nuestro ser renovado al decir que; “por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (2 Pedro 1:4).
Además, dondequiera que la Escritura habla de nuestra adopción como hijos de Dios o de nuestro nuevo nacimiento, ella sugiere esta misma idea de la imagen de Dios; nuestro ser adoptado y nacido de nuevo por Dios implica que somos hechos para parecernos a nuestro Padre celestial, y por lo tanto no cabe duda en que las Escrituras si enseñan esta verdad sobre la creación del hombre a la imagen de Dios.
Prof. Homer C. Hoeksema, Unfolding Covenant History, Vol I, páginas 86.