Por Gordon H. Clark [1]
No sólo las denominaciones difieren en sus interpretaciones de diversas doctrinas bíblicas, sino también dentro de cada denominación miembros individuales tienen sus peculiaridades personales. Por ende cuando los ministros se reúnen para un coloquio tranquilizante o cuando estudiantes universitarios se reúnen para una sesión de dialogo amigable, si duda cuando una pregunta surge de cierta doctrina bíblica, la discusión está destinada a ser interesante.
Durante el año pasado dos de estas reuniones tuvieron lugar, una casi exclusivamente de ministros y profesores y la otra casi exclusivamente de estudiantes. Puede que no sea tan sorprendente ver que el tema de la guía divina y la conducta correcta del cristiano hayan sido examinados en ambas reuniones, pero es digno de notar que tanto en la primera reunión un ministro de una denominación litúrgica y bien formal como en la segunda reunión de algunos estudiantes de grupos informales expresaron sentimientos similares sobre la relación del cristiano con la ley de Dios. También puede ser digno de notar que algunos de los ministros presentes acordaron con este ministro mientras que la mayoría de los estudiantes estuvieron de acuerdo con los estudiantes en cuanto al mismo sentir expresado.
Los sentimientos expresados enfatizarón la salvación por gracia y la cercanía de Dios al alma individual del cristiano; pero este énfasis llego al extremo de negar que los mandamientos de Dios, que por supuesto son la Ley de Dios, tienen alguna relevancia para la vida cristiana. Ellos decían que; el cristiano no está bajo la ley, sino bajo la gracia, y que habiendo comenzado por el Espíritu no debe ser perfeccionado en la carne. La ley no es de fe. Cuando estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas eran por la Ley, la cual obró en nuestros miembros llevando fruto para muerte; pero ahora estamos libres de la Ley, de modo que sirvamos en la novedad del Espíritu y no bajo lo viejo de la letra. Ya que la letra mata, pero el Espíritu da vida.
Lo contrario de este repudio a la Ley es que nuestras decisiones cotidianas son dirigidas inmediatamente por el Espíritu de Dios. En el nuevo nacimiento Dios nos ha dado una nueva naturaleza, y en esta nueva naturaleza el Espíritu nos da instrucciones de qué hacer y cómo vivir. El Señor nos guía con su ojo providencial y ni la Ley del Antiguo Testamento ni los mandamientos del Nuevo Testamento tienen ninguna obligación sobre nosotros. Estos no son ni requisitos previos para la salvación ni orientación para la vida cristiana. Este sustancialmente, y sin exagerar, fue la posición mantenida tanto por los ministros como por los estudiantes.
En más de una ocasión y en más de una asignatura, hombres devotos en la historia han expresado opiniones de las que otros posteriormente han extraído conclusiones inquietantes. Conocí a un hombre que tenía una opinión tan grave de la guía divina que una noche se puso de pie durante una hora en su patio trasero de su casa a la espera de que el Espíritu de Dios le dijese si bien o no debería alimentar a sus pollos. Como también he oído de rumores de personas que oran para cierta orientación sobre si deben o no desobedecer algún mandamiento bíblico para lograr algo. En épocas anteriores de la historia de la iglesia (por ejemplo, los primeros gnósticos) un repudio de la Ley de Dios los ha llevado a pecados sumamente graves. Alguien ha caracterizado este antinomianismo por una parodia de un himno evangélico: “Libre de la ley, oh bendita condición; Puedo pecar lo que me plazca y aún así tengo la remisión de pecados “.
Tales conclusiones no eran la intención del ministro ni de los estudiantes antes mencionados; pero a pesar de que esto estaba muy lejos de su intención, sin duda nosotros debemos determinar si este punto de vista de la Ley de Dios y la guía divina nos conduce lógicamente a lo que es absurdo o pecaminoso. Cada uno de nosotros debe determinar también qué significado tiene para nosotros los Diez Mandamientos y las diversas órdenes e instrucciones en el Nuevo Testamento.
Tal vez el punto en que podemos comenzar, como acuerdo en general, es que la enseñanza bíblica de que Cristo nos salva, es que lo hace no sólo de la pena del pecado sino también del pecado mismo. “Él murió para que nosotros pudiéramos ser perdonados; murió para hacernos buenos.” O, en el lenguaje bíblico, “¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? “, “Que no reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal.“, “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras “.
Si en esto estamos de acuerdo, y si todos admitimos que debemos dejar de ser esclavos del pecado y que debemos presentar nuestros miembros como instrumentos de justicia para Dios, las siguientes preguntas lógicas son: ¿Qué es el pecado?, ¿Cuáles son las buenas obras que debemos hacer?, ¿Cuál es la justicia que debemos seguir?, ya que si queremos hacer buenas obras, y queremos evitar las malas; ¿Cómo podemos distinguir entre una de la otra?
No hay necesidad de adivinar vagamente en cuanto a la respuesta a estas preguntas. La Escritura habla muy claramente. La Escritura dice precisamente lo que es el pecado. “El pecado es la transgresión de la ley” (1 Juan 3:4). “Donde no hay ley, tampoco hay transgresión” (Romanos 4:15). “Por medio de la ley viene el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20). Entonces, debe quedar claro que el pecado siempre es definido por la Ley de Dios. A menos que uno conozca la Ley de Dios, no puede saber lo que está mal, es malvado, o pecaminoso.
¿Es malo adorar a María e inclinarse ante los ángeles? ¿Está mal tomar el salario que otro ha ganado? ¿Es malo el trabajar en el día del Señor? No necesitamos estar de pie en un patio trasero de la casa a la espera de una respuesta a estas preguntas. La guía divina es una cosa maravillosa, pero lo más maravilloso es el hecho de que Dios ya nos ha dado su orientación en frases fáciles de entender.
Lo contrario también sigue. Si el pecado es lo que prohíbe la Ley, las buenas obras son las que manda la Ley. No adivinanzas son necesarias. Las Escrituras dicen precisamente lo que las buenas obras son. Las buenas obras son sólo aquellas que Dios ha ordenado en Su Santa Palabra, y no como si los mandamientos de la Escritura son ideados por el celo ciego o sobre cualquier pretensión de buena intención por parte de los hombres. Aquellos que adoran a Dios en vano, enseñando así como doctrinas mandamientos de hombres, pueden tener un cierto celo, pero no conforme a ciencia. “Él te ha declarado, oh hombre, lo que es bueno.” (Miqueas 6:8). Por lo tanto, debería ser evidente que el bien y el mal se definen sólo por la Ley de Dios revelada en Su Palabra.
Esta conclusión se ve reforzada por el rigor con el que Dios ordena obediencia. “no te desvíes de ninguna de las palabras que te ordeno hoy, ni a la derecha ni a la izquierda.” (Deuteronomio 28:14), “No te desvíes de ella ni a la derecha ni a la izquierda, para que tengas éxito dondequiera que vayas.” (Josué 1:7), “No te desvíes a la derecha ni a la izquierda; aparta tu pie del mal.” (Proverbios 4:27). No hay que pensar que estos principios del viejo Testamento no se aplican a nosotros, ni nadie debe suponer que todo esto es incompatible con la gracia. La salvación es la doctrina del Antiguo Testamento: Pablo tomó de Habacuc. la regeneración, la cual Nicodemo debería haber conocido, y que se explica en Ezequiel 36. Asi pues, la gracia y la Ley no son incompatibles en el Antiguo Testamento, y no hay una razón a priori por las que deberían ser así en el Nuevo Testamento.
Sin embargo, para estar doblemente seguros y no descansar totalmente en el Antiguo Testamento, algunos pasajes del Nuevo Testamento tal vez sea aducidos. Jesús dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos.” (Juan 14:15). Y más adelante: “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él. . . . El que guarda sus mandamientos permanece en Dios. . . . En esto conocemos que somos los hijos de Dios, cuando amamos a Dios y guardamos sus mandamientos; Pues este es el amor de Dios, que guardemos sus mandamientos “ (1 Juan 2:4, 3:24, 5:2-3).
Tales declaraciones específicas deben ser aceptadas como decisivas.
Hay un punto final que debe hacerse. Alguien puede ahora admitir que estamos bajo la obligación de obedecer los mandamientos de Dios, pero él puede argumentar que, además de la Biblia, necesitamos más orientación. La Biblia está bien en la medida en que va, pero la vida cristiana es más ancha que la misma Biblia; muchas veces nos encontramos con situaciones que los mandamientos bíblicos no cubren, por lo que debemos buscar a Dios para obtener información adicional acerca de qué hacer. Después de todo, ¿Hay algo de malo en añadir a la Biblia con el fin de ser guiados por la falta de intrucción de ella?
Este tipo de argumento, sin embargo, contradice la declaración expresada en la Escritura, y por lo tanto está deshonrando así a Dios. Todos estamos familiarizados sin duda con la siguiente frase: “Toda la Escritura es inspirada por Dios,” pero ¿hemos leido con atención lo que sigue? Por supuesto, la Escritura es “útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia”; pero ¿Con qué propósito? Tenga en cuenta el siguiente versículo: “a fin de que el hombre de Dios sea perfecto [o, perfeccionado], equipado para toda buena obra.” La declaración es completa: incluye toda buena obra. No hay ninguna buena obra para la cual la Escritura no nos prepara a la perfección. Es la Ley de Dios establecida en las Escrituras que definen el pecado y las buenas obras.
Dios nos ha dado toda la orientación que necesitamos. No necesitamos la tradición católica romana; no necesitamos visiones místicas; no necesitamos revelaciones adicionales. Al contrario, es necesario y necesitamos urgentemente una gran cantidad de estudio de la Biblia. En la Biblia, y sólo en la Biblia, encontramos la regla de vida.
Posdata:
Si usted tiene gallinas, un caballo o un perro casero, estudie Exodo 20:10, 23:5, 12. Deuteronomio 25:4, Proverbios 12:10, Mateo 12:11 y derles de comer.
[1] The Christian and the Law, Against the World: The Trinity Review, 1978-1988
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Cuando se trata de evaluar los pecados, dice Agustin, no traigamos falsas
balanzas para pesar lo que queremos y lo que nos parece, según nuestra
fantasía, diciendo: ‘esto es pesado, esto es ligero’. Traigamos la
balanza de las Escrituras, los tesoros del Señor, y pesemos con ellas
para saber lo que es mas pesado o más ligero: o mejor, no pesemos nada y
mantengámonos en el peso que Dios ha establecido.
~Juan Calvino.