Por Frank Houston Walker [1].
Aunque el Catecismo de Heidelberg no menciona explícitamente un pacto previo a la caída entre Dios y el hombre, su P/R 6 sugiere uno. Leemos,
6. ¿Creó, pues, Dios al hombre tan malo y perverso?
No, al contrario. Dios creó al hombre bueno haciéndolo a su imagen y semejanza, es decir, en verdadera justicia y santidad, para que rectamente conociera a Dios su Creador, le amase de todo corazón, y bienaventurado viviese con Él eternamente, para alabarle y glorificarle.
Esta pregunta y respuesta presupone que el hombre fue creado con todas las dotaciones intelectuales y morales necesarias para una comunión con Dios, sin embargo, más que eso el Catecismo señala que este era el propósito principal de la creación del ser humano. El tipo de comunión que se contempla aquí es la comunión del pacto. Además de esto, el Catecismo señala el hecho de que Adán actuó en una capacidad representativa (P/R 7), y por lo tanto, forma un paralelo con Cristo en ese sentido (ver P/R 20 y 60), todo esto favorece fuertemente un pacto previo a la caída de Adán.
La importancia de esto radica en el hecho de que la Escritura reconoce un propósito unificado en todo esto, es decir, que siempre ha sido el designio de Dios traer a la humanidad en unión de pacto consigo mismo. El hombre es por creación (y por lo tanto por definición) un ser pactual. No puede ser de otra manera. Sin embargo, el tener comunión con Dios con base a un mérito humano quedo ya mostrado que era un asunto fuera del alcance del propio hombre en el Jardín del Edén. Después de la caída vemos que la comunión con Dios requería un medio de reconciliación. El problema es que Dios no sólo continuó requiriendo obediencia después de la caída (P/R 4) sino que también exigió una satisfacción (P/R 12). Y puesto que ningún hombre puede hacer esa satisfacción perfecta y permanente (P/R 13), Dios proveyó a su Hijo como nuestro Mediador en el pacto de gracia (P/R 18). Él guardó la ley para nosotros y ofreció su vida de justicia perfecta al Padre en nuestro lugar, ahora, Dios nos imputa la justicia de Jesucristo como si fuera la nuestra (P/R 39, 44, 61). En otras palabras, la salvación no tiene nada que ver con nuestros propios méritos (P/R 62, 63) sino más bien tiene todo que ver con los méritos y la satisfacción perfecta de Jesucristo a favor nuestro.
Aquí no encontramos ningún rastro del quid pro quo (esto por aquello) que Lutero temía en un pacto bilateral. En cambio, tenemos la gracia de Dios pura y simple a favor nuestro.
Aunque el pacto pre-lapsariano (previo a la caída) no logró confirmar al hombre en su pacto de comunión con Dios, Dios no abandonó su propósito de establecer tal comunión con el hombre. La renovada comunión fundada sobre el pacto de gracia es expresada en el Catecismo de Heidelberg de forma que el creyente le pertenece a su fiel Salvador Jesucristo (P/R 1, 34); es decir, Dios se ha convertido en su Padre, y él ha llegado a ser hijo de Dios por adopción a travéz de la gracia divina (P/R 33). La intimidad de esta comunión de pacto por gracia no está en ninguna parte más clara y expresada en el Catecismo como lo está en el tema de la Cena del Señor. La pregunta 76 dice,
76. ¿Qué significa comer el cuerpo sacrificado de Cristo y beber su sangre derramada?
Significa, no sólo abrazar con firme confianza del alma toda la pasión y muerte de Cristo, y por este medio alcanzar la remisión de pecados y la vida eterna, sino unirse más y más a su santísimo cuerpo por el Espíritu Santo, el cual habita juntamente en Cristo y en nosotros de tal manera que, aunque Él esté en el cielo y nosotros en la tierra, todavía somos carne de su carne y hueso de sus huesos, y que, de un mismo espíritu, (como todos los miembros del cuerpo por una sola alma) somos vivificados y gobernados para siempre.
Los creyentes tenemos el privilegio único de dirigirnos a Dios como “nuestro Padre” en reconocimiento a su afecto paternal por nosotros (P/R 120). Y en la P/R 58 nos maravillamos de la bienaventuranza inimaginable que tendremos los redimidos al disfrutar de la eterna comunión con Dios:
58. ¿Qué consolación te ofrece el artículo de la vida eterna?
Que si ahora siento en mi corazón un principio de la vida eterna, después de esta vida gozaré de una cumplida y perfecta bienaventuranza que ningún ojo vio ni oído oyó, ni entendimiento humano comprendió, y esto para que por ella alabe a Dios para siempre.
Dios escogió glorificarse a sí mismo al reconciliar a un pueblo rebelde y ajeno a él mismo. El contraste entre los pactos pre-lapsarianos y post-lapsarianos resalta la gracia de Dios en esto.
Verdaderamente el Catecismo de Heidelberg es un documento pactual de tapa a tapa. Utiliza los dos esquemas del pacto para establecer dos formas de vida: una que fracasó y otra que tuvo éxito y luego reasignó la ley divina como una expresión de gratitud.
Para apreciar el amor y la gracia de Dios el creyente debe comprender el fracaso del hombre inicial y luego ver el éxito de Cristo y el fruto que la gracia da en su vida. Este es el pacto de la gracia de Dios en el Catecismo.
[1] Walker, Frank H. Theological Sources of the Heidelberg Catechism (p. 113-115).